lunes, 20 de octubre de 2014

TODO SIGUE EN PIE

Ayer me hice una resonancia magnética, evento que podría pasar inadvertido, rutinario, al fin y al cabo aburrido. A menos que por un solo comentario de una persona mayor, haga meritoria su descripción.

El principal ser humano que me atendió, tenía esa voz nasal-yonqui tan característica de Nacho Guerreros en la serie “la que se avecina”. Al entrar sinceramente me esperaba que los especialistas en diagnostico por imagen fuesen más ordenados, pero yo iba a lo que iba. Seguí las indicaciones para ir a los vestuarios a cambiarme y fue donde me crucé con el abuelo en cuestión que me espetó:

- No te preocupes, todo sigue en pie

No lo entendí. Tampoco le presté mucha atención porque iba vestido con esas batas de hospital azul trasparente que te dejan el culo al aire. Eso sí me hizo gracia, sobre todo cuando me obligaron a desnudarme y ponerme una igual.

Los preparativos para hacerse una resonancia se basan en tumbarte en una camilla, te posicionan, y te atan con unas cuerdas con velcro desde las piernas hasta el cuello. Te suelen decir algo como: “no te preocupes esto es para que no te muevas y salga bien” Además te ponen unos cascos para los oídos con la intención de mitigar el ruido ensordecedor del aparato.
Esa camilla con el paciente sujeto se introduce en un tubo que es realmente estrecho. Yo sabiendo que llevaba el trasero al aire y estaba maniatado, cerré los ojos pensando que nada podía ir a peor. Pero estaba equivocado.

Una vez que me introdujeron en el sarcófago, noté como el tipo empezó abrirme mi puño cerrado y me depositó un botón rojo. Intuí que sería para finalizar la prueba en caso de claustrofobia, pero me había obligado a abrir los ojos. Desde mi nariz no había ni dos dedos de separación con el interior del aparato, escasamente limpio porque estaba repleta de sangre. Gotas, refregones y por lo que intuí un golpe frontal.

Treinta minutos de prueba con los pies y el culo frío, unos ojos como platos, y una imaginación sin descanso intentado intuir qué barbarie habría ocurrido ahí dentro.
Pensé que habrá sido igual con todos los demás que vinieron detrás, por lo que al salir no le dije nada al doble de “Coque” y me fui a los vestuarios donde me crucé la mirada con el siguiente paciente; Un hombre de cuarenta años, bastante ridículo vestido con la bata. Solamente se me ocurrió decirle:

- No te preocupes, todo sigue en pie.