jueves, 23 de enero de 2014

SILENCIO

Hay algo, como bloguero, que me saca un odio muy profundo; las entradas que utilizan para justificar un periodo largo de silencio.


Y de eso mismo voy a escribir, sobre por qué llevo tanto sin publicar:


Todo se remonta al momento, hace meses, que acepté mi nuevo trabajo. Desde que comencé me he visto englobado en una rutina muy meticulosa y rítmica, prácticamente hacía lo mismo y siempre a la misma hora. Algo que anteriormente no me había ocurrido en otros trabajos. Y precisamente esa rutina me ha brindado una experiencia singular.

Volviendo siempre del trabajo camino a casa, pasaba obligatoriamente por un edificio bastante normal, pero por su construcción, permitía que a los transeúntes les quedasen las ventanas de la planta baja a placer para escudriñar. Una de esas ventanas en concreto, siempre abierta y sin cortinas, hacía de mi retorno una parada obligatoria para, durante unos instantes, analizar la casa por dentro.

En el interior solamente se veía un salón austero y simple, dejando en primer plano dos sillones que flanqueaban una mesa central tipo mesa-camilla. Y como último objeto y centro de atención había un televisor antiguo y pequeño, el mismo que se usaba como una improvisada estantería, rodeado de figuras de porcelana de las que se encuentran con facilidad en la sección de decoración de un chino.

Siempre de espaldas hacia mí, y sentado en el sofá más pequeño, con pelo blanco y encorvado hacia la mesa, se encontraba un señor mayor. Su estático giro de cabeza, me hacía imaginar que su mirada estaba fija en la televisión. Y aparentemente no hacía ni el menor de los movimientos para comerse varios pedazos de piña que tenía sobre la mesa central.

Justo en el otro sofá, y dejándome ver su parte izquierda del rostro, estaba su cuidadora. Seguramente por sus rasgos de extranjera, tenía una mirada inmutable hacia el programa que emitían. Las manos, recogidas sobre el mando de la televisión, gesto de que la situación estaba controlada por ella.

Para mí fue impactante como día tras día me encontraba con esa fotografía del señor mayor y de su cuidadora en la misma situación. Y sin más cambios que los expuestos, esa imagen exacta se repetía durante mi trabajo, llegando a sentir la necesidad de ir a verles para asegurarme de que todo marchaba bien.


Todo cambió cierto día cuando decidí dejar el trabajo; entre excusas y discusiones, llegué más tarde a mi encuentro con mi cuadro personificado. Y justo en la puerta del domicilio, situado unos metros de la ventana, una ambulancia.

Lo que actualmente no recuerdo es por qué me dirigí al conductor de ambulancia, que para mi suerte estaba rellenando un documento, y le pregunté:


- Perdone, ¿sabe qué ha ocurrido en el domicilio?

- Un hombre mayor ha fallecido

No quise saber nada más de lo ocurrido. Seguí mi camino sin tan siquiera preguntar cómo se llamaba la persona que me había acompañado, sin saberlo, en todo ese tiempo. Llegué a mi casa, y sin llamar a nadie para contar que por fin me habían echado del trabajo, escribí todo lo que sentía.

Su muerte significó el final de mi rutina y una reflexión escrita con la cual no sabía muy bien qué hacer. Por eso solamente se me ocurrió usar mi silencio en el blog en forma de luto, y un mes más tarde, compartir la experiencia únicamente en forma de entrada.