Hay algo, como
bloguero, que me saca un odio muy profundo; las entradas que utilizan para
justificar un periodo largo de silencio.
Y de eso mismo voy a escribir, sobre por qué llevo tanto sin publicar:
Todo se remonta al momento, hace meses, que acepté mi nuevo trabajo. Desde que
comencé me he visto englobado en una rutina muy meticulosa y rítmica,
prácticamente hacía lo mismo y siempre a la misma hora. Algo que anteriormente
no me había ocurrido en otros trabajos. Y precisamente esa rutina me ha
brindado una experiencia singular.
Volviendo siempre del trabajo camino a casa, pasaba obligatoriamente por un
edificio bastante normal, pero por su construcción, permitía que a los
transeúntes les quedasen las ventanas de la planta baja a placer para
escudriñar. Una de esas ventanas en concreto, siempre abierta y sin cortinas,
hacía de mi retorno una parada obligatoria para, durante unos instantes,
analizar la casa por dentro.
En el interior solamente se veía un salón austero y simple, dejando en primer
plano dos sillones que flanqueaban una mesa central tipo mesa-camilla. Y como
último objeto y centro de atención había un televisor antiguo y pequeño, el
mismo que se usaba como una improvisada estantería, rodeado de figuras de
porcelana de las que se encuentran con facilidad en la sección de decoración de
un chino.
Siempre de espaldas hacia mí, y sentado en el sofá más pequeño, con pelo blanco
y encorvado hacia la mesa, se encontraba un señor mayor. Su estático giro de
cabeza, me hacía imaginar que su mirada estaba fija en la televisión. Y
aparentemente no hacía ni el menor de los movimientos para comerse varios
pedazos de piña que tenía sobre la mesa central.
Justo en el otro sofá, y dejándome ver su parte izquierda del rostro, estaba su
cuidadora. Seguramente por sus rasgos de extranjera, tenía una mirada inmutable
hacia el programa que emitían. Las manos, recogidas sobre el mando de la
televisión, gesto de que la situación estaba controlada por ella.
Para mí fue impactante como día tras día me encontraba con esa fotografía del
señor mayor y de su cuidadora en la misma situación. Y sin más cambios que los
expuestos, esa imagen exacta se repetía durante mi trabajo, llegando a sentir
la necesidad de ir a verles para asegurarme de que todo marchaba bien.
Todo cambió cierto día cuando decidí dejar el trabajo; entre excusas y
discusiones, llegué más tarde a mi encuentro con mi cuadro personificado. Y
justo en la puerta del domicilio, situado unos metros de la ventana, una
ambulancia.
Lo que actualmente no recuerdo es por qué me dirigí al conductor de ambulancia,
que para mi suerte estaba rellenando un documento, y le pregunté:
- Perdone, ¿sabe qué ha ocurrido en el domicilio?
- Un hombre mayor ha fallecido
No quise saber nada más de lo ocurrido. Seguí mi camino sin tan siquiera
preguntar cómo se llamaba la persona que me había acompañado, sin saberlo, en
todo ese tiempo. Llegué a mi casa, y sin llamar a nadie para contar que por fin
me habían echado del trabajo, escribí todo lo que sentía.
Su muerte significó el final de mi rutina y una reflexión escrita con la cual
no sabía muy bien qué hacer. Por eso solamente se me ocurrió usar mi silencio
en el blog en forma de luto, y un mes más tarde, compartir la experiencia
únicamente en forma de entrada.