miércoles, 5 de enero de 2011

.. CUENTO VII ..

Empezaré por el final…


Fueron un padre y su hijo quienes, en medio de las enseñanzas mañaneras sobre el arte de pescar, y por casualidad, vieron lo que jamás se pudiera imaginar alguien en ese momento.

Tras una noche de insomnio, llega un nuevo día, y decide peinarse. Cepillo usado, de estos que cuando pasan por el pelo suena como una lija, arañan y arrancan el pelo con descuido. Con cada folículo extraído con sutil violencia, se da cuenta del cambio radical que su aspecto está sufriendo. Se observa como un cuadro pintado en directo, y cómo con cada pincelada hace que cambie.
Adela, o como todo el mundo se refería a ella cuando la llamaban, “Ade”, pertenecía a esa clase de personas que podrían llamarse “chiflados”, correspondiente a una parte pequeña de la población que nadie quiere, y que acaba apartada. Adela era consciente, y eso le afectaba como el peor de los parásitos.

Si realmente hacemos una retrospección de nuestra vida, nos daremos cuenta que realmente hay gente que no podemos quitar nunca, personas o seres vivos, que sin los que, simplemente no podemos apoyar los pies en la tierra.

Adela tenía una risa que no tenía prisa, ganas de llevar a la realidad todo lo que su pertrechada mente había almacenado. Pero estaba sola. Los días no acumulaban buenos momentos con los que pudiese llenar su corazón dolido, solamente rutina y agonía. Por eso decidió aquella mañana, mientras el cepillo arrebataba sus pelos, no seguir con la medicación. No tenía con quién disfrutarla, con quién vivir lo poco que le había quedado.
Y como quien espera a que su tren llegue al andén, Adela esperó y esperó. Esperó a que su mente hiciera lo que siempre había intentado, y que ella nunca la había dejado. Se dejó hacer y no puso impedimento. Aquel mismo 26 de octubre, aún con la noche cerrada, comenzó a nadar sin timón ni rumbo. Dejando la tierra a sus espaldas.