Os pondré en situación:
La foto es de una casa residencial.
De las de antes, y de las de
siempre. Familia unida. Siempre con buenas sonrisas para sus vecinos, y coches buenos con
asientos de cuero que te escurres cuando te sientas.
La calle residencial.
Árboles podados equidistantes unos de
otros, dispuestos en hilera en la acera, contenedores que no cobran
protagonismo. Todo con un sin fín de detalles arquitectónicos solamente para que el
transeúnte no feudal quede maravillado.
Pero este cartel puesto en el porche de una de las casas, es la espina de pescado
que me hizo pararme y enfocar:
“Prohibido fumar”
Recomendación tajante. Que me induce inmediatamente a hacerme
una idea del contenido de esa casa:
La familia está hasta tal punto de civilizada, tan concienciada con el mundo que le rodea, que las convecciones del G8 les parecen una reunión de tuppersex.
Esta familia es el orgullo del barrio. Son un reflejo de la
perfección humana en convivencia.
Y el claro ejemplo es el cartel social a la entrada de su
hogar en pro de una mejor salud, no propiamente para la suya, sino para todo
aquel que recorra su barrio pueda mejorar en sus malos hábitos.
“Prohibido prohibir”