miércoles, 12 de mayo de 2010

..CUENTO VI..

Quizás este relato sea de una vida más, perteneciente a una persona que engrosa este océano de individuos. Pero Jordi nació diferente, extraño al resto de seres. Distinto a lo que unos padres ilusionados esperan durante mucho tiempo. Supongo que es eso por lo que se encuentra solo y olvidado, en un centro especial para gente con problemas psicológicos, junto a otros con una situación desigual. Y exactamente ahí es donde radica lo bello de esta historia.

Jordi soportaba una vida simple, la única noticia del exterior eran unos melancólicos ejercicios de un piano tocado por la zona. Su mundo continuamente era reciente y nuevo, la mayoría de cosas no tenían nombre para él, y para mencionarlas tenía que señalarlas con el dedo. Esto paradójicamente le hacía ser una persona singular, única y feliz. Su sonrisa unida con su silencio habitual, era lo máximo que podía llegar a expresar. Desde que abría los ojos, era capaz de mostrar al mundo aquel ángel que albergaba, y nunca tuvo ese demonio que hace amargar a las personas. Y en aquel exclusivo lugar alejado del transcurso del tiempo, descubrió lo que nunca pensó ni sintió.

Luna, nombrada así por la palidez de su rostro, fue depositada a las puertas de aquel lugar, con apenas cinco años, y por la incomprensión de unos padres incapaces de prestar la atención y la paciencia que merecía. Quedó como una más, atrapada por el enjambre de acontecimientos que la dispusieron a ser sometida al tedioso y peculiar paso del tiempo, infligiéndole poco a poco la predisposición necesaria para la creación de la historia más autentica que jamás vivió un centro psiquiátrico.

Con el tiempo, en un lugar donde nunca pasa nada, entre los dos acabó por estallar una atracción vinculada por una especie de complicidad, fundada en hechos, para ellos reales, en los que nadie creía, y que había afectado tanto a sus vidas, que se encontraban a la deriva de sus sentimientos. Se dejaban llevar por su mundo sin palabras, sólo gestos y ternura. Abrazos y sensaciones. Llegaron a un punto de conexión en el que sólo la mirada era necesaria para saber qué necesitaba el otro.

En un lugar restrictivo y problemático, su relación no estaba admitida y tenía sanción. No volverse a ver. Pero el amor, queridísima palabra de cuatro letras, es más fuerte que todas las cárceles y obstáculos, vallas y limitaciones, inconvenientes o barreras que puedan presentarse. La sutileza de saber hacer sin hablar, de saberse ver sin necesidad de estar, les hizo unirse cada vez más. Porque es indescriptible la ternura con el que el mundo se hizo a ellos, con la paciencia desprovista de sentido que acabó acunándolos. No era ingenuidad ni delirio de grandeza, era la imaginación con la que iban siempre más lejos que el ingenio y las ataduras de la naturaleza. Se prolongaron por desfiladeros de niebla, por laberintos de ilusión con el tiempo reservados solamente a ellos. Se extendieron uno tan encima del otro, que llegaron a estar tan unidos, que desaparecieron. Y por mucho tiempo que se llegó a especular con las soluciones, menos racionales parecieron los resultados. Porque lo único que se supo de ellos fue la lectura de una misma nota apoyada contra el respaldo de ambas camas.


“Cuando tenga el valor de hablar, diré que tengo miedo de vivir sin escuchar cómo suena un te quiero”